El Colón de este nuevo mundo de salud fue un borrico. Un verdadero borrico, cuadrúpedo, cubierto de mataduras y de tiña, al que abandonaron, por no descoyuntarlo, en la isla desierta. Y al cabo de algunos meses cual sería la sorpresa del dueño al encontrar, en vez de un esqueleto, un burro sano, saltando, con el pelo tan reluciente que envidiaría la cabalgadura de Sancho Panza. El animal se había revolcado en las saludables lamas. Sus heridas desaparecieron.
Así relataba la escritora gallega Emilia Pardo Bazán en una antigua monografía sobre La Toja la leyenda sobre como se había descubierto, a finales del siglo XIX, el poder medicinal de las aguas de esta isla. Dicen los cuentos populares que todo fue fruto de la casualidad. De la casualidad y de un campesino que decidió abandonar allí, en aquel terreno inhóspito, a su burro enfermo en lugar de sacrificarlo. Su estupor fue de órdago cuando al poco tiempo volvió y se encontró al animal reluciente y con las úlceras de la piel curadas. Su efectiva medicina había sido revolcarse en los lodos de la zona.
A partir de ese momento, vecinos y visitantes empezaron a ir para tratarse de sus enfermedades en esas aguas. Ellos ni siquiera lo sabían pero habían instaurado en la zona el concepto de spa, que se consagró con la apertura del primer balneario en 1899. Pronto se propagaron las propiedades curativas de estas aguas medicinales ricas en sodio, calcio y magnesio, tanto que su fama empezó a traspasar fronteras y adquirir fama, tal y como ya habían hecho otros baños europeos famosos como el de Vichy.
Hoy, esta isla cuya extensión es de poco más de un kilómetro cuadrado concentra hoteles, spas, playas, restaurantes, zonas de bosque, un campo de golf y villas de lujo, y se ha convertido en un referente del turismo nacional. Un sitio imperdible para cualquiera que visite nuestra tierra, a sólo un paso de nuestro hotel.